jueves, 8 de abril de 2010

Asumpta Ruiz Aranda
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Te echo de menos, mucho, sabía que iba a ser duro, pero creía poder
soportar el tenerte lejos. Veo como pasa la semana y no puedo dejar de
meterle prisa al reloj, para intentar conseguir que pronto sea viernes.
Parece mentira que estando con ella, la que tiene los rincones más
mágicos, la que oculta los mayores misterios y secretos aún por
descubrir…te prefiera a ti… Prefiera tu sencillez a su lujo, tu festividad a
su respeto. Cambie su elegancia por tu carácter, su magia por tu embrujo,
su calor por tu frío…
Sí, parece mentira, pero cuando te veo de lejos me pongo nerviosa, no
puedo dejar de sonreír y solo ha sido por haberte visto, porque aún no te ha
dado tiempo de decirme nada.
Ya he llegado, puedo olerte, huelo a Sierra, a olivos y azahar, a dehesa
y viñedo, a noches al fresco, a infancia, familia y recuerdos.
Entonces, empiezas a hablarme, a desmigarme una historia que ha
cumplido ya varios siglos, tú historia, que también es mía y de todos los
que han compartido algo contigo.
Porque no podría ser otra eres tú, Constantina, eres encina y olivo, vid y
castaño, monte y valle, casa blancas apiñadas en la ladera de un viejo
Castillo. Eres Robledo en verano, lluvias eternas en invierno, alfombra de
hojas en otoño. Eres la ilusión de Asnadis, el sueño de unas navidades
blancas con lluvias de caramelos, porque las nieves casi siempre las
prefieres en Febrero.
Eres tú Constantina, desde el Rihuelo hasta calle Robledo, desde el
Calvario hasta el Pozuelo, desde el Castañar hasta las Peñuelas.
Eres Llano del Sol de mis juegos, árbol de la Alameda, Castillo de
excursiones, con los recuerdos escritos en las piedras de tu almena,
senderos de castañares, reflejo del sol en Calle Mesones, empinada
Morería, compras en la plaza, canciones de un dulce convento y sueño,
Sueño de Santa Ana.
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Yo no soy cofrade, soy nazareno. No conozco las marchas de Semana
Santa, solo sé si me gustan o no, porque sean más alegres o menos, o que
me peguen más en un momento o en otro; pero cuando escucho una marcha
siempre se me viene a la mente la última procesión en la que la oí, me hace
revivir ese instante. Tampoco sé distinguir entre los escudos de todas las
hermandades de Sevilla, ni mucho menos las caras de las vírgenes; pero no
puedo evitar emocionarme cuando las tengo en frente. No soy la que más
sabe de la Semana Santa de mi pueblo, ni si quiera de mi hermandad; solo
sé que las llevo viviendo, a mi manera, desde hace 19 años.
Ahora me encuentro aquí, delante de Hermanos mayores, miembros
de juntas, costaleros, capataces, nazarenos, hermanos, en definitiva
COFRADES en mayúsculas, a los que no voy a contarles nada que no
sepan.
Por eso, perdonen mi atrevimiento, por pregonar algo que tanto
significado guarda para cada uno de vosotros. Solo pretendo que me
ayudéis, que intentemos juntos recordarla y revivir algunos de sus
momentos
Miércoles de ceniza, solemne viacrucis por las empinadas calles de
Constantina. Aún hemos de esperar 40 días. Cuarenta pesadillas cofrades,
cuarenta noches en las que entre cabezada y cabezada, despiertas
sobresaltado, porque acabas de ver como algo del paso se rompe, la banda
no llega, como algo falla, como deja de ser un día perfecto.
Comienza la espera, los ensayos para los costaleros. Una radio
portátil se convierte en una improvisada banda para que los capataces,
vayan eligiendo las marchas. Menos mal que, conociéndolos, seguro que se
saben los discos de memoria, porque si tuviésemos que fiarnos del
secretario ese que lleva a veces… estábamos apa aos!... un beso Anto ito!
Comienzan los encargos a las cererías, floristerías…
Comienzan a desempolvarse las túnicas…
Comienzan las caminatas por los recorridos, no sea que este año nos
haya bajado algún cable y hay que siempre tener la pértiga preparada.
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Comienzan los recuerdos, el revivir momentos, lagrimas, risas y alguna
levantá tan grande que puede llegar hasta a detener algún que otro corazón.
Comienza cuaresma, 40 días para preparar una semana, aunque
realmente sea un año entero. Pero sobre todo, 40 días de meditación, de
reflexión, de autoevaluación para prepararnos en nuestro propio desierto.
40 para llegar a vivir con nuestro maestro su Pasión, su Muerte y compartir
junto a él la alegría de su Resurrección.
Y, entonces, llegará el día…
Una fresca brisa decidió pasar por allí esa mañana. Quería, necesitaba
acercarse porque intuía que algo grande estaba ocurriendo. Un sol radiante
lucía en el cielo añil de primavera.
En ese momento se abrirán las puertas de su casa y la alegría rebosará
por nuestras calles. Un comité privilegiado para recibir al Rey de Reyes.
Niños, que con sus palmas y sin levantar más de un palmo del suelo, se
enfundan una túnica inmaculada para acompañar a su Señor. A aquel al que
le tiran besos aunque no sepan muy bien quien es, el mismo que ya ha
sembrado y riega cada año la semilla de su fe, aquel que prefirió un burro a
un gallardo corcel.
La brisa moverá las ropas del Señor, en su Entrada Triunfal, moverá las
palmeras y guiará los gritos de Hossanna hasta lo más alto del cielo. Será
ella, la brisa la que guíe a los costaleros cargando un paso que, aún hoy, a
veces extraña a esas valientes que, durante años, consiguieron sacarlo a la
calle.
La brisa redibujará el pueblo, comenzará el embrujo de una Constantina
por la que no pasa el tiempo. Una Constantina que quiere revivir la historia,
la alegría del triunfo de la mañana del Domingo de Ramos, el dolor, la
pasión. Que quiere ser, como cada año, un poco más Jerusalén, que quiere
sentir, que quiere recordar.
Cuando la Borriquita pase por nuestras calles comenzará la mezcla de
olores, de inciensos, azahares. Comenzará la locura de una semana para
soñar, para sentir, para dar rienda suelta al corazón y... que sea lo que Dios
quiera.
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Cuando salga la Borriquita, María seguirá sumando cuaresmas junto a
su madre, Filli y papá Manolo seguirá cargando con su costal un año más,
Yedri aún estará preocupada porque algo puede no salir bien, Vane habrá
mediado en cientos de discursiones y Pedro se acostaría a las tantas
poniendo flores.
Seguro que sois más, que alguno se me ha olvidado, pero desde aquí os
digo: GRACIAS, pues si sigue empezando la Semana Santa en Constantina
una mañana de Domingo de Ramos, a pesar de, tenerlo todo en contra, es
solo por vuestra culpa.
Gracias por enganchar a tantos niños, sois la cantera del cofrade
constantinero. Gracias por hacer que, el sueño, el aleteo de los corazones,
el vuelo de las emociones comience cuando tiene que comenzar, porque no
podría ser de otra manera.
Hoy, desde este atril, siento que he vuelto a casa. Entrar en el colegio
significa que el tiempo se detiene. Parece como cuando regresas a tu hogar
tras las vacaciones y lo encuentras todo tal y como lo dejaste, aunque hay
vacaciones que son más largas que otras. Entro por Portería y es la misma
sensación, todo está tal y lo como lo dejé y tengo la impresión de que
vengo a clase como cada mañana desde hace ya algunos años. Quizás,
tenga Lengua con Don Javier, Inglés con Elena, ¿Gimnasia?, no que es a
primera hora y dice Don Álvaro que hace mucho frío, pues si es Tecnología
le tengo que decir a Don Abel que se me han olvidado los materiales para
el proyecto…no, Historia con la Se orita Mailo y olvidé estudiar lo que
preguntaba hoy…
Subo las escaleras y le doy un beso al Corazón de Jesús, o al Cristo de
la escalera para los niños de las monjas. Ritual no sé cuántas veces
repetidos e imposible determinar cuantas promesas guarda. ¿Quién no lo ha
besado antes de un examen? ¿ o antes de conocer una nota? ¿o antes de
clase cuando los deberes no se pudieron terminar?
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Parece que estoy aquí en la Capilla, en una de esas típicas
celebraciones, deseando que toque la campana para poder salir al recreo.
Quién me iba a decir a mí, que las añoraría tanto. Miles de canciones,
ofrendas, rezos y alguna que otra risa furtiva guardo entre estas paredes.
Como suelen decir los mayores en estos casos...eran otros tiempos, tiempos
en los que el mayor misterio era descubrir lo que se escondía detrás de esa
puerta, el más aventurero el que sabía dónde estaba la entrada de los
pasadizos (que por cierto, aún seguimos buscando), el más valiente era el
que se había visto las habitaciones de las monjas y el mayor reto era
subirse aquí, donde me encuentro hoy y leer en voz alta, despacio, sin
equivocarte y vocalizando para que te entendieran bien.
Es que ha sido aquí donde he pasado mi infancia, donde he aprendido a
ser persona, donde me inculcaron los valores que orientan y orientarán por
siempre mis decisiones. Fue de este colegio del que, con una carta, me
despedí en junio del 2006, queriendo decir Hasta Luego, pero sin evitar
decir Hasta Siempre.
Por eso, por mucho que me tiemblen las piernas mientras leo este
pregón, por muy rápido que lata mi corazón, por mucho que dude mi voz,
cuando me pregunten si estoy nerviosa, diré que no. ¿Cómo iba a estar
nerviosa si estoy en mi casa?
Andrés, compañero, por tu culpa estoy aquí ahora. Bueno, más bien,
gracias a ti. Gracias por darme este gran honor. Cuántas cuaresmas hemos
disfrutado juntos con nuestra virgencita, creyéndonos costaleros, capataces,
músicos… hasta imagineros! Siempre con la tierna e inquietante sospecha
de que si nuestro inocente juego podría llegar a ofender por allí arriba.
¿Quién dice que nuestras hermandades no se llevan bien? Lo
importante es saber que nuestro ‘pique’ es sano y que se basa en la más
sincera admiración y respeto.
Sé que algún día recogerás el legado de tu familia y seguirás con la
tradición de ser Hermano Mayor. Los dos sabemos que cuando empiece la
cuaresma recordarás con cariño y nostalgia nuestras artesanales
procesiones y nuestros risueños miércoles de ceniza en esta capilla.
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Además, tú ya sabías la marcha que elegiría. Gracias a ti y a todos los
jóvenes cofrades que presides, gracias.
¿Qué piensas? ¿Qué ideas se cruzarán por tu cabeza mientras estás ahí
sentado? ¿Será tu brazo suficientemente fuerte para aguantar todo lo que se
te avecina?
Quizás tu deseo sea pasar por las calles de tu pueblo para contárnoslo…
quizás tu madre salga detrás de ti solo por si necesitas algo, para que se
sientas arropado, para que ella te dé el apoyo que aquellos que te
proclamaban rey te han quitado. AMARGURA, no hay mejor palabra para
describir el dolor, la pérdida de un hijo, el peor trauma para una madre.
Quizás pienses en tus discípulos, en tus amigos, en aquellos a los que
rogaste que te dejaran asumir tu destino. Quizás el surco de sangre que
recorre tu espalda te haga pensar en el regalo de la Última Cena. Esa sangre
que baja por tu columna al mismo tiempo que las lágrimas recorren las
mejillas de tu madre…
Quizás te sientas más fuerte al pasar por el Hospital de los abuelos,
sabes que veros a ti y a tu madre Amargura es una gran alegría para ellos,
que te piden volver a verte un año más.
Quizás la lluvia de pétalos en Barrio Nuevo le den fuerzas a tu madre
para aguantar firme a tu lado
Quizás eches de menos a alguien que cada año te acompañaba, quizás
te enorgullezcas por ver como hay personas que se preocupan que, año tras
año, puedas dar de nuevo este paseo.
Quizás, recuerdes cómo han sido 30 monedas de plata, cómo 30
monedas han dejado a tu Hijo solo al borde de la muerte. O pienses cómo
le han dejado moribundo con una corona de espinas que se encaja cada vez
más en su cabeza, un río de sangre que ya va por la mitad de su espalda y
un guardia romano que lo desprecia y ridiculiza.
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Ya en la Alameda vuelves a repartir fuerzas, esta vez a todos los que te
acompañan para que juntos lleguéis de nuevo a la parroquia.
Quizás al pasar por el antiguo convento de las Jerónimass huelas de
nuevo a dulce. Quizás, cuando tu madre pase por su plaza reviva cuaresmas
de antaño en un colegio donde siempre tendrá su casa.
Cuando llegue a calle Mesones se llenará, te llenarás Amargura, de
alegría, de emoción por haber estado de nuevo con los tuyos y, a la vez, de
tristeza, de dolor, por todo lo que está sufriendo tu hijo amado.
Volverás a Llano del Sol, un deleite de marchas harán que tu despedida
sea grande, harás que los corazones vibren, que todos sientan lo que sentís,
que lloremos a vuestro lado. Que comprendamos, que, siempre, pase lo que
pase sean la Humildad y la Paciencia nuestras leyes que nos marquen el
camino de nuestra vida. Que a pesar de que creamos que no podemos la
Virgen de la Amargura consolará nuestros tormentos.
Son algo más de las 12 de la noche, ya has regresado a casa, desde lejos
de miro y pienso: Gracias Amargura, por dejarme acompañarte un año más
en tu paseo.
Perdónenme, señores, mi atrevimiento y mi osadía, pero este paseo
nazareno comienza a ser largo y, es conveniente hacer una parada.
Me siento en un banco del jardín de Santa Ana, ya es Miércoles
Santo…que poco queda ya… ya se miran las cosas de otra forma, todo
parece mostrar un matiz distinto. Poco a poco la solemnidad se apodera de
mí, me dejo embaucar por el cosquilleo, mezcla de nervios, de ganas, de
ilusión y de tristeza, porque una parte de mí sabe que ya queda menos para
que todo termine y comience de nuevo la larga espera…
No importa de qué color sea tu túnica, no importa el día que te la
pongas, tampoco si llevas un costal, un traje o una mantilla. Lo que importa
es que, el día antes, estás como yo el Miércoles Santo…sin poder hablar ni
pensar en otra cosa, apenas sin logar explicar qué sientes en este largo día.
Recuerdos de primaveras pasadas, alcanzan tu memoria haciéndote revivir
el instante, el momento y la espera. Sabes que ese día será único y debes
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vivirlo al máximo, disfrutando de todas las emociones que se crucen en tu
camino.
Como veo que se hace tarde, entro en la ermita, que poco queda, solo
los últimos detalles.
Allí, encima del paso del Señor, como dos cirineos, están mis tíos,
poniendo claveles. Lo que para ellos, y por su culpa, para mí, es una de las
cosas más bonita del a o… Llenar su caminar con una alfombra de
claveles. De reojo, la miro a ella Reina de Santa Ana que ya sonríe
ilusionada porque llega su día grande.
Para descansar un poco entro en la Casa de Hermandad, imágenes de
recuerdos llenan mi cabeza de cabildos, rezos, juegos de juventud
cofrade… Mis ni os, que veo c mo se convierten en grandes cofrades.
Seguid así, porque la experiencia viene con los años, pero vosotros tenéis
las ganas de luchar.
Subo el coro para ver al Señor desde arriba ya engalanado y listo para
salir la próxima madrugada.
Aún no han tirado los claveles, pero en cuanto acaben sé que encima
del palio la Virgen de la Esperanza llevará dos claveles de su hijo.
Cuando bajo, llego al patio… cuántas historias guardan sus muros y su
suelo de cemento. Porque es allí donde se producen los reencuentros entre
hermanos, donde no hace falta contar las penas porque las penitencias más
que nunca afloran en la mirada. Porque ya sabes en qué tramo irás y echas
de menos al hermano que este año ha faltado a su cita. Penitencias
incumplidas, cirios llevados por dos manos, una que lo sostiene en la calle
y otra, que espera en casa rezando poder salir el año que viene.
Es en este patio donde está la historia de mi familia, de mis abuelos
Rafael y Fernando, los dos hermanos mayores en él. De mis padres, mis
tíos, mis amigos, mis hermanos. Es este patio el verdadero libro de actas
donde, cada año se escriben páginas en Semana Santa, el que conoce
nuestras inquietudes y el que nos une en Hermandad para la estación de
penitencia que muy pronto nos aguarda.
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Hola mi princesa,
Seguramente no entiendas nada de lo que te diga, pero aunque tengas
poco más de un año seguro que adviertes que es a ti a quien hablo.
Entonces, tus ojos azules se detendrán en el atril y sonreiremos, porque
solo nosotras entendemos qué está pasando.
Pues aun no levantas un metro del suelo y ya desde aquel 19 de
noviembre nos cambiaste a todos. Simplemente con mirarnos, nos iluminas
el día. Solo con tu sonrisa nos recuerdas que en la vida solo son las
pequeñas cosas las que merecen la pena, que hay que ser felices
simplemente porque estamos juntos y olvidar aquello que nos separa.
Nunca podré agradecerte todo lo que me has dado, nunca podré saldar
mi deuda contigo, ni mucho menos explicarte por qué es tan grande, me
faltan palabras y me sobran sentimientos.
Me encantaría verte crecer, como poco a poco te contagia esa locura
cofrade que nos corre por las venas, cómo va madurando tu fe y cómo
descubres los secretos de la Semana Santa.
Déjame por favor pequeña. Déjame ser una de tus maestras, déjame
enseñarte lo que otros a mi me enseñaron, déjame contarte la historia del
Robledo, llevarte a un besamanos, agarrarte mientras caminamos vestidas
de nazareno, enseñarte a rezar el Padrenuestro, la Salve… C mo era? Ah!
Bendita sea tu Pureza…
Sí,
Quiero que tú aprendas de mí y que yo pueda aprender contigo. Quiero
ver cómo le hablas a la Virgen, como te emocionas con el Señor y como
juntas disfrutamos de la recogida el Viernes Santo asomadas a la barandilla
del coro…
Son muchas cosas, quizás, hasta parezca complicado…No te preocupes
por nada, todo será muy sencillo, tenemos a una gran maestra que dirigirá
nuestras lecciones. Simplemente, nos dejaremos llevar, porque ella guiará
nuestros pasos, confía en mí todo saldrá bien, conseguiremos llenarla de
orgullo. Sonríe, pequeña, sonríe, porque solo con su ayuda podremos
entenderlo todo. Ella nos allanará el camino y cuando necesites algo solo
tienes que cerrar los ojos y pensar fuerte en ella. Es nuestro ángel, lo quiso
así y nunca va a dejar que nada malo nos pase.
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Camarera del Cielo, ayúdame a ser su maestra, a enseñarla, como tú,
cada día, lo sigues haciendo conmigo…
Una, dos, tres, cuatro, cinco… hasta 12 campanadas resuenan en la
Torre. El ruido de un cerrojo que abre la ermita, cruz de guía en la calle
y… después…silencio.
Silencio de un pueblo que retrasa esta noche su sueño para rezar junto a
Jesús Nazareno.
Silencios de estrellas que miran embelesadas el rostro desencajado de
su Señor reflejado en la luna llena del Jueves Santo.
Silencio del cofrade que espera que comience el silencio
Silencio del nazareno que reza para que el silencio no acabe.
Silencio del penitente que un año más vuelve a ser cirineo
Sólo el paso unísono de los costaleros, el ruido de su caminar, de sus
zapatillas tocando el suelo, del sudor cayendo por su frente, la mano del
capataz que golpea fuerte el llamador, su voz firme y clara es lo que rompe
el silencio.
Comienza el camino, la fresca brisa de la madrugá pasa por los
agujeros de tu antifaz y te seca el sudor de la frente que comienza a caer
justo donde el capirote se encaja en tu cabeza.
Paso a paso, tus pies descalzos sienten los adoquines, tus manos cada
vez más frías buscan el calor de la llama de tu cirio.
Detrás, mi Señor camina, no lo veo, pero puedo oír sus pasos, siento los
rezos de cada vez más mujeres que se unen en respetuosa oración,
custodiandote, alejando cada vez más a los penitentes de su Señor. Ellos
sabes que solo tienen que sujetar su cruz para sentirlo cerca.
Sigo caminando, llevando mi cirio bien alto, apoyado en mi cintura, en
un esparto que consuela, que alivia el esfuerzo de mi cuerpo.
Pero..aish…quema, la cera quema, pero no tanto como queman las heridas
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de los latigazos de tu espalda cuando el peso de la cruz los aprieta cada vez
más.
Te acompaño Señor, como cada año y pienso por qué lo hago. Gracias
a mi abuelo Fernando, a aquel que me ha enseñado tanto, gracias a él tengo
una respuesta. Si tú me ayudas tanto durante todo el año, si me das todo lo
que tengo, si siempre caminas a mi lado, como un amigo, ofreciéndome tu
sabiduría, tu ayuda, tu empeño. ¿Cómo podría negarme a acompañarte en
tu penitencia? ¿Cómo verte sufrir por nosotros mientras estoy sentada?
¿mientras te miro sin mi antifaz?
Prefiero no verte Señor, prefiero oírte tras de mí y sentir tu ánimos que
me recuerdan cuando empiezo a cansarme por qué lo hago:
Ven, coge tu
cruz y sígueme.
Mientras que tú quieras seguiré caminando contigo año tras
año.
Solo quiero verte en la Plaza de la Constitución, donde cuando yo ya
estoy en Calle Mesones. Puedo verte caminar, muy despacio, pero firme y
seguro y nos miras a nosotros cómo vamos a tu lado.
Ya tienes ganas de llegar a la parroquia, de ver cómo todas las
hermandades te muestran su respeto. Tienes ganas de que tus nazarenos y
penitentes pasen de nuevo por el Sagrario para rendirte homenaje.
Sales en Llano del Sol recuerdas mañanas de Encuentro, que sientes
cada vez más cerca.
Caminando hacia Santa Ana, me llegan a la mente recuerdos.
Recuerdos de cuando mi madre cerraba la puerta de la sala para que mi
hermano y yo no nos asustáramos de ver a mi padre de nazareno. Nosotros,
con esa curiosidad que marca la infancia corríamos a la rendija de la puerta
para verlo salir. Cuando ella nos acostaba antes de las doce porque al día
siguiente nos teníamos que levantar temprano para salir de nazareno, justo
antes de que mi casa se llenara de familiares y amigos que querían ver
pasar al Señor desde nuestro balcón.
Recuerdos del este año todavía no, que eres muy chica, el año que
viene, los dos días es una paliza.
Recuerdos de ir a la casa de Hermandad con mi hermano y mi padre
para acompañarte, Jesús, alguna noche como esta. Recuerdos de cuando al
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encontrarnos los tres tras acabar el recorrido, correr a casa pensando en el
desayuno que, mi madre, siempre atenta, nos había preparado.
Recordando estoy de nuevo en Santa Ana, cojo tus manos entre las
mías para repartirnos el esfuerzo. Mis pies no están cansados, ya no tengo
frío. No quiero llegar, no quiero que esto se acabe porque ahora piso
claveles, porque ahora estoy contigo, yo soy Cirineo de tu cruz y tú llevas
mi cirio.
Juntos, en Silencio entramos, vuelves a casa.
Un año más nazareno, llegas a la ermita, te quitas el antifaz exhausto y
buscas y te abrazas a los de siempre. Miras a tu Señor y das gracias, gracias
por haber sido capaz de aguantar un año más, por haber recibido fuerzas
para volver. Aunque, en el fondo te sientes culpable porque sabes que tú
has sido quien más ha disfrutado. Que esperas, añoras y necesitas que pase
el año para sentir de nuevo el Silencio.
Padrenuestro y Ave María, hasta mañana Esperanza, hasta mañana
Jesús, buenas noches. Si vosotros queréis pronto volverá nuestro caminar
nazareno.
No puedo más, no puedo seguir tolerando cosas que no soy capaz de
concebir. No puedo mirar hacia otro lado, fingir que no pasa nada, seguir
con mi vida mientras veo como nos machacan. Como nos persiguen, nos
humillan, nos ridiculizan y todo, ¿por qué? Por ser cristianos, por tener fe,
por creer en Dios, por tener como maestro a alguien que fue por el mundo
ayudando, dando todo lo que tenía, amando, amando hasta el extremo
máximo de dar la vida…
SÍ, SOY CRISTIANA, ¿y qué? Además, orgullosa de serlo y de ser
joven, de luchar por lo que creo, somos muchos, pero el miedo o no sé qué
cosas nos mantienen escondidos.
¡Basta ya! Levantémonos, dejemos de consentir que ridiculicen nuestra
fe. No dejemos que el miedo nos pare, gritemos juntos y pidamos respeto.
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Respeto por las imágenes, porque donde ellos ven madera yo veo a mi
Madre y mi Padre. Respeto por las Hermandades que luchan todo el año
para que exista la Semana Santa, para predicar la Buena Noticia. Respeto
también entre Hermandades, porque la única manera de avanzar, de
mejorar, de ayudar a nuestro pueblo es trabajar unidos.
Respeto a la procesión, a los nazarenos porque su caminar no es más
que una manifestación de fe; igual que hacen los costaleros, que se dejan
sus fuerzas en cada levantá. Respeto hacia esos directores de orquesta que
son los capataces porque consiguen que toda sea precioso…
Respeto por la Vida porque sólo Dios que nos la da es quien tiene
derecho a decidir sobre ella.
Este respeto te lo pido a ti, a ti que me desprecias, que me miras con
prepotencia. No puedo dejar de sentir pena, porque nunca podrás sentir lo
que yo siento. A ti, que interrumpes el paso de la cofradía, a ti que
presumes de cristiano y no eres capaz de guardar silencio o de levantarte
cuando tu Madre o tu Padre pasan por tu lado. A ti, que te das golpes de
pecho por tu Hermandad y la abandonas en su día grande.
A ti es a quien pido respeto.
Ven, ven conmigo, vamos a dar un paseo. ¿A dónde? Eso no importa
ahora, confía en mí y ya veremos, nos dirigirán nuestros pasos.
Lo primero, el cielo…no hombre no seas así, que no llueve. Pero qué
guapa estás, claro, por eso está nublado, el sol tiene celos de verte así de
hermosa, se ha escondido, dile algo, que el pobre le da vergüenza.
Tranquila, no te impacientes, que ya mismo llega la hora.
Mira, ¿la ves? Pero si no sabe ni andar y ya te va acompañando, van
pasando los años, pero siempre es la misma. Esa niña que no duerme
soñando contigo, que se pone nerviosa una túnica blanca con botones
verdes y que su madre se empeña en ponerle el cíngulo como los de antaño.
Mírala, este año de la mano de alguien, su tata seguro ¿quién si no podría
acompañarla?
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Año tras año, la niña iba creciendo, poco importara que solo fueran
cinco nazarenos con ella, o que escuchara que su sueño de cada año llegaría
algún día a su fin porque no había gente para acompañar a Su Madre. Cada
año algo más mayor, cirio más alto, quizás algún año cambió la capa blanca
por el ruan negro, pero su corazón siempre iba con ella. Pues, también
aumentaba su ilusión, sus ganas, sus sueños y como no, sus Esperanzas.
Le iba encontrando sentido a lo que en principio era un juego, pasó a
ser una tradición y ya una obligación de las que no cuesta nada llevar a
cabo, un disfrute, un placer, un gozo inexplicable que llena su corazón de
dicha…
Ya no se vestía de Nazareno porque sus titos, su padre, su abuelo, su
tata lo hacían, se vestía ella porque lo necesitaba, porque te necesito
Madre. Porque me hace falta acompañarte, sentir tu alegría, contagiarme
de tu esperanza, del fervor de un pueblo que espera atento a que de nuevo
vuelvas a encontrarte con tu hijo amado.
Como cada año de camino hacia el Calvario te mirará, y con un
susurro de voz que solo oiréis vosotros, Madre e Hijo os hablareis... quién
sabe si planeando la despedida o el reencuentro. Quién sabe si hablando de
nada, porque el final es bien conocido por vosotros. Quién sabe si en
realidad, juntos rezáis por vuestro pueblo. Y con los sones de cornetas y
tambores dará la vuelta para seguir cargando con su cruz.
Pero, no llores madre, el pueblo está contigo, todos te están
acompañando, solo queda que la voz del párroco vuelva a clamar tu
belleza, tu dulzura, que todos se embriaguen con el perfumes de tus rosas.
Juan, símbolo de la juventud está junto a ti, secándote las lágrimas de
emoción por el encuentro.
Mi antifaz a estas alturas ya estará empapado, ahora mismo sólo veo tu
manto verde aterciopelado que me hace soñar con tus ojos, que nunca
estarán tan cerca estando tan lejos como hoy.
Sé que tú también te acuerdas, que tú recuerdas cómo hace 8 cuaresmas
escuchaste Amargura en este mismo sitio, como los sones de una marcha
que sólo has escuchado dos veces, al menos desde que te conozco. Vuelves
a recordar los acordes y miras de reojo al balcón, porque sé que tú también
la echas de menos.
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Con lo que me cuesta, intento desviar la mirada para no encontrar su
hueco y la busco en su balcón, un poco más arriba, desde donde cada año
ve este Encuentro.
Sigo adelante, con la cabeza alta y el paso firme, al pasar por tu lado
sonrío. Ahora estás detrás de mí, animándome a avanzar, a seguir
caminando sin olvidar el camino ya andado.
Esperanza, cómo eres Esperanza que solo para verte un instante, los
abuelos están de nuevo esperando, para veros a ti y a tu hijo el Nazareno.
Esperando a que le deis vuestra bendición a que le deis la esperanza que
necesitan para esperar un año entero de nuevo vuestra visita.
Esperanza en la Vinagra. Esperanza, de lejos, veo a tu hijo caminando,
pero su paso es mucho más sereno. Parece que las estrellas de tu corona se
han posado bajo su cara para iluminarla, para que de ella se fueran las
sombras, las tentaciones que lo hacían dudar. Ahora sigue caminando,
caminando con los más jóvenes de su hermandad, esos que sus padres aún
no dejan salir por la noche y de aquellos incondicionales que no podrían
vivir si les quitaran este momento.
¿Qué importa si hay 20, 30 o 50 nazarenos acompañándoos? ¿Qué
importa? ¿Es ese motivo suficiente para quitarle la alegría a un pueblo?
¿Para quitarle su mañana de Encuentro?
Me da igual lo que digan Madre, yo hoy quiero ser el primer nazareno
que va con tu Hijo, quiero ir junto a la cruz de guía si es necesario, necesito
ser fariseo. Porque de nada valen los golpes en el pecho. Cuando no me
siento capaz ni de mirarte a la cara, cuando solo quiero ver cómo porque tú
estás en la calle las nubes se van lejos, para que el sol pierda la vergüenza y
se refleje en tu palio, se refleje en tu cuerpo.
De nada valen los golpes en el pecho, Madre. Yo solo quiero caminar
contigo, que mi capa se mueva con el viento, que sea el viento el que me
traiga el olor de tus flores. Solo quiero que llegue a mi corazón tu voz, que
me cuentes tus cosas, que me cuentes todas tus historias y yo contarte las
mías. Contarte mis emociones, mis anhelos, y que tú me ayudes a describir
lo que siento.
Solo quiero ir a veros cualquier día del año a la ermita y revivir con
vosotros este momento.
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Ya de nuevo rumbo a casa, ya vamos por calle el Peso. Mis ojos se
dirigen a mis hermanos nazarenos, viendo sus túnicas, veo a mi padre y a
mi tío en una foto en blanco y negro. Veo a mis abuelos, caminando con
orgullo en la presidencia, junto a mi Virgen. Veo a mis tíos, cargando con
su cruz detrás de alguno de los pasos. Me veo a mí y a mi hermano, nos veo
creciendo.
Llegó tu Hijo a casa, llegó mi padre, ya te espera para descansar junto a
ti, ya ha vuelto a cumplir su sueño. Pero tú no tienes prisa, tu quieres
disfrutar del momento.
Te acercas al jardín y llega la primavera. Tu mirada de alegría consigue
que el jardín florezca. Que las flores se tiñan del rosa de tus mejillas y los
árboles del verde de tu manto. Que tu rostrillo sea el que elimine las malas
hierbas y tus lágrimas el rocío que reviva la tierra…
Guapa Esperanza, guapa. Guapa también cuando te despides de tu
pueblo. Guapa cuanto te giras mirando el jardín que has creado. Cuando
sonríes a la torre que ya quiere verte de nuevo.
Guapa cuando repartes tu alegría por el pueblo. Guapa cuando
comienza la entrada en tu casa, cuando con tus manos sostienes a los
costaleros. Guapa cuando haces que todo esté en Silencio.
Guapa Esperanza guapa, que has hecho realidad mi sueño.
Tarde de Viernes Santo, el día va llegando a su fin y el sol ya empieza a
esconderse tras un cerro. La banda ya está preparada. Esta vez es el morado
el color con el que el Señor quiere pintar la tarde, es él quien lo elige para
mojar su pincel y volver a dibujar el pueblo…
Toque de llamador, cuadrilla lista bajo el paso, lista para disfrutar de
nuevo. Entonces, cuando el costalero se coloque bajo la trabajadera, ¿qué
se dibujará en su cuello? En su cuello, marcado por varios días de esfuerzo,
se dibujará el madero.
Madero del Cristo del Amor que va a procesionar por su pueblo. De
nuevo, Pineda Calderón nos deleita con su obra, por cuarta vez en este día.
17

En el madero del cuello se ven sus pies. Esos pies que anduvieron sobre
las aguas y ahora penden sobre una alfombra de romero.
Más arriba, tus piernas finas, como fina es la faja que protege la espalda
de aquellos que te llevan.
Rodillas gastadas, en el madero y en las trabajaderas, gastadas por el
peso de las tres caídas y de las entradas y salidas al templo.
Miro tus manos, las que tantos milagros hicieron, taladradas por dos
clavos… Cuántas veces las habrás limpiado, mamichunchon? Siempre al
servicio, a las necesidades de la Hermandad de tu hija Macarena, a ese
crucificado que fuiste haciendo tuyo. Sé que la pasión se contagia, pero no
es solo culpa de Macarena, sino también del Cristo del Amor, porque yo
también lo siento dentro.
Ya no sé por dónde vamos… Ah! Subiendo la cuesta del Chato. Un
solo de corneta te lleva hasta mi calle, aunque sepamos que poco te importa
las letras de la bandera de los que toquen, echas de menos a los que
llevaban tu nombre y lucían orgullosos tu medalla.
Por su cuello corre la sangre, es la sangre que baja por el costado del
Señor del Amor. Tus brazos intentan mantenerse firmes, te abrazas a la
trabajera como Él se aprieta fuerte a la cruz que lo sostiene y que rozo con
la punta de mis dedos desde el balcón de mi casa.
Una parada al final de la calle, un descanso para reponer fuerzas,
descanso que me hace pensar en unos jóvenes que se unieron, sin
importarles si eran o no hermanos para ayudar a esta hermandad. De los
que lucharon unidos y despertaron al joven cofrade que todos llevamos
dentro.
Reanudamos la marcha y me paro en tus hombros, aún tensos. En tu
pecho siento los latidos de tu corazón al mismo son que los de las
trabajaderas, que tienen tu nombre escrito a fuego. Corazón que ha
contagiado con su latir a mis hermanos pequeños, Alejandro y Javier que
saben perfectamente que este es su Señor y el que ha salido por la mañana
el de sus padres.
En tu cuello veo la señal de la trabajadera, debajo de ti, inscripciones de
INRI clavadas en el madero.
18

Mitad del camino, mi corazón se acelera, ¿Qué está pasando? Te miro
fijamente, veo que algo ha cambiado, veo como tus fuerzas flaquean. Debo
darme prisa, antes que llegue el momento. Debemos darnos prisa por si no
llegamos a tiempo. El fin se acerca, hay que apresurarse, llegar antes de tu
último aliento.
Vamos señores, vamos de frente, sin dudar en la pisá, firmes, con
fuerza.
En Llano del Sol te recuperas un poco, quieres vernos contentos,
quieres despedirte de todos y consigues alargar el momento.
Una vez más la corneta resuena, poco a poco vas bajando, poco a poco
cogiendo aire en tu pecho. Mu cortita la pisá, menos paso quiero. Sigues
hacia dentro, muy despacio, sin que nos demos cuenta, son ángeles los que
te están recogiendo. Aguanta, que sigue el solo, aguanta no vacíes aún tu
pecho, aguanta que no queda nada para estar dentro.
Y la corneta acabará, tu cruz arriba en el cielo, el aire saldrá de tu
pecho, el señor en casa y en su cuello, en su cuello el madero.
No recuerdo qué año era, pero no hace mucho, tres, o más bien, cuatro
años. Solo sé que, para variar, las hermandades de la Virgen de las Aguas y
el Cristo de las tormentas, digo…de la Virgen de los Dolores y el Cristo del
Amor, tras alzar su mirada al cielo discernían poco antes de su salida sobre
sí era una buena idea echarse o no a la calle.
Pero esta historia empieza unas horas antes, cuando a pesar de ver el
cielo totalmente encapotado, mi hermano y yo nos dirigíamos a la Casa de
Hermandad con nuestras túnicas, sin perder aun la Esperanza, albergando
la posibilidad de salir.
Yo, como siempre, más ingenua que él, confiaba en que al final, las
nubes desaparecerían.
Finalmente, mi hermano se salió con la suya y ese año la estación de
penitencia del Encuentro no se realizó. El tiempo nos dio la razón, pues una
generosa tromba cubrió con un manto de agua los campos de nuestra sierra
durante horas.
19

A mí, me daba igual todo, en ese momento no estaba para pensar en los
beneficios y propiedades del agua, tampoco a cuantos ayudaría. Ya se sabe:

Nunca llueve a gusto de todos’.
Llegué a casa, me quité la túnica y me quedé petrificada en el sofá,
decepcionada, desilusionada y llena de impotencia porque mi sueño de
mañana de Viernes Santo, llevaba ya dos años sin poder hacerse realidad.
Un año por correr para no mojarnos y este, para directamente, evitarnos la
carrera.
No lloré, no grité…solo estaba allí, tumbada, sé que la tele estaba
puesta, por lo visto, a esa hora La Macarena volvía a su Basílica, ¿pero qué
importaba eso? Miles de sueños, de promesas, de esperanzas, de llantos, de
alegrías, se habían desvanecido, otra vez, por el agua. Lluvia millones de
veces pedida, esperada, hasta en ocasiones buscada, recibida siempre con
entusiasmo, menos en esta semana. Los desvelos de la Junta de Gobierno,
las promesas de los penitentes, las ganas de los costaleros, el ingenio de los
capataces, la ilusi n de un pueblo…todo se había perdido.
Por la tarde, estaba en la Iglesia, viendo como las Hermandades
decidían echarse o no a la calle. Vuelvo ahora al principio de la historia, a
eso que os estaba contando antes.
Nada, no salen. Vi a uno de mis hermanos pequeños a Alejandro, era la
primera vez que salía de nazareno, no entendía por qué no podía salir el
se or tapado con un plástico para no mojarse y lloraba…Buscando entre
túnicas moradas y mantillas encontré llantos y lágrimas. La estampa era
idéntica a la que, pocas horas antes, había vivido yo en la ermita de Jesús.
Ese mismo año, un gitano en Sevilla, creo que fue esperando al
Cachorro que tampoco salió dijo:
‘No lloréis, si no sale, es porque Él no
quiere’
.
Realmente, es así, se hace lo que él quiere, pues si se hace lo que tú
quieres, Señor, dame fuerzas para aguantar si este año llueve.
20

Caminaba, despreocupadamente, sin pensar en nada…cuando… te vi.
Allí estabas, te tenía delante, solo a pocos metros y la huella que dejaste en
mí fue tan grande, que no encuentro palabras para describir tu rostro.
Solo sé que me mirabas, solo quería consolarte, aliviarte ese dolor
dominaba la expresión de tu linda cara.
Cuántos rostros de cuántas mujeres llevan en su cara la misma marca,
la marca del dolor del maltrato. Del, esta vez le persono; del pobrecito, si
ha sido un accidente; del dolor de un hijo que no consigue hacer que su
madre abra los ojos y abandone por fin la marca que cruza su rostro.
Cuántas caras marcadas por el dolor de saber que su hijo no volverá a
entrar más en su casa, que no llamará de nuevo a su puerta, que lo han
perdido, que no volverán a disfrutar de su compañía.
Y yo solo veo Dolores, dolores de mujeres que se limpian sus lágrimas
en el rostrillo de su virgen. Virgen de los Dolores, elegancia, sobriedad y
sentimiento.
Dolor por el sufrimiento de tu hijo, porque como madre, quieres
cuidarlo siempre de todo, evitarle todo el daño y ahora olvidas que Él te
pidió que le dejaras asumir su destino.
Cuando vas a entrar a la ‘calle del marqués’ yo corro a mi balc n, aquí
te espero como cada año Dolores. Sigo creyendo que tú, con tu belleza eres
la que va ensanchando la calle para conseguir cruzarla. Pasas a mi lado,
muy cerquita, casi puedo tocarte, casi puedo lograr percibir el confuso
latido de tu corazón, que golpea fuerte, a pesar de estar cruzado por un
puñal de dolores.
En una chicotá cuidada al milímetro, logras que todos los testigos del
momento, contengan el aliento durante los segundos que miran el
estrechón. Unos miran tus varales, otros tus tulipas. Yo miro tu rostro,
Madre. Veo en tu cara cómo empujas a tus costaleros, a tus capataces
diciendo: ¡nimo señores, podemos!
Me pierdo en el carey de una mantilla que va sumando años, pero por la
que nunca pasa el tiempo. Entre hueco y hueco del encaje busco el dibujo
de tu palio, que entre bambalinas y varales se mecen al son que marcan tus
lágrimas bajando por tu rostro. Las lágrimas que me llevan de nuevo a sus
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mantillas, esas penitencias sin antifaz, a cara descubierta. Mujeres sin
miedo, que con respeto quieren vivir el momento con su Virgen.
Miro sus rostros y veo el de su madre, miro a su Virgen y las veo a
ellas. Ya no sé si la Virgen llora por sus penitencias o ellas lloran porque su
hijo va crucificado unas calles más abajo. El dolor las ha unido, el dolor se
ha hecho uno dentro de ellas.
Justo en ese instante, cuando la virgen entre en Calle Mesones la unión
las hará fuertes. Ella ya no tiene miedo a las represalias, porque ha decidido
volver a ser la que dirija su vida sin temerle a nadie. Ya no llora por el hijo
que perdió, sino que lleva su nombre por bandera y, por él, seguirá
adelante. Tampoco llora por su hijo crucificado, pues sabe que al tercer día,
Él mismo reconstruirá el templo derrumbado.
Ahora me quiero acordar de nuevo de ellas. Esas que además de
acompañar a su virgen de mantilla han pertenecido alguna vez a la Junta de
Gobierno. Esas, que cambiaron el bello encargo de ser camareras por ser
secretarias, tesoreras, o hermana mayor incluso antes que en las demás
hermandades se pudiera hacerlo. Esas que siguen luchando por mantener
viva la devoción, por cuidar su patrimonio, por velar por la Virgen de sus
desvelos.
Esas, las que con su esfuerzo han conseguido que la Virgen alivie los
dolores de todas las mujeres del pueblo.
La familia no se elige, solo Dios decide si naces aquí o en la Antártida
y menos mal que no, porque vaya frío.
Yo he tenido mucha suerte con mi familia, pero no una, sino dos veces.
Una me la regaló Dios cuando nací y otra, a los tres meses, cuando mi tata
me bañó ante las caras de perplejidad de mi madre y mi abuela.
Mi tata fue la que me enseñó a hablar, la que me cuidaba cuando mis
padres no estaban. Igual que pico, cuyos hombros siempre estaban
dispuestos a llevarme hasta el fin del mundo. Siempre pendiente de mí y de
mi hermano, siempre para lo que necesitamos. Compartieron conmigo
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todo, su familia, sus costumbres, su vida; y también me dieron dos
hermanos más.
Mamichunchon y Manolo son mis terceros abuelos. Yo soy su nieta
grande, la que come con ellos los martes y jueves, a la que miman siempre.
La que tiene una cama preparada por si pasaba algo o me hartaba de sus
padres.
Macarena, mi tati chica, la que devolvió la alegría a mi casa. Como ella
dice, las cosas no son blancas o negras, también hay grises Sé que junto a
Blasco, ahora le están diciendo a Pablo que Asumpta está leyendo el
pregón de la Semana Santa.
Manolo, que empezó cuidándome en el patio del colegio a acabó, junto
a Filli, dándome vueltas en una feria por si estaba bien o necesitaba algo. A
ellos les debo ser tita para María y estoy segura que la virgen hará que el
bebé sea un nuevo milagro.
Gracias por abrirme vuestra casa, por hacerme sentir como una más,
por estar siempre que lo hemos necesitado. Gracias, sé que eráis, sois y
seréis por siempre mi familia.
Regresando ahora a mi primer regalo, me gustaría hablaros de mi
abuela Antonia. No contenta con sacar adelante a sus 7 hijos, conserva la
vitalidad suficiente para ponerse a cantar, bailar y bromear con sus nietos,
gracias.
Mi abuelo Fernando, gracias a ti sé que en la vida las cosas hay que
intentar hacerlas bien o si no, no se hacen. Que siempre hay que mejorar
pero sin ofender a nadie. Gracias por contagiarme tus pasiones, por
contarme mil historias que alimentaban mi imaginación, por luchar
siempre…gracias.
Gracias a mis tíos y primos, por vuestra disposición, por vuestro cariño,
por todo lo que me habéis enseñado y ayudado.
Gracias a ti, por tu apoyo, por tu ayuda, por tu ánimo, porque de
nuestras conversaciones han salido muchas ideas, gracias, amigo o amiga,
seas quien seas.
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Gracias a José Luis y a Estrella, por seguir engrosando mi carpeta, por
ensayar conmigo, por ayudarme y animarme con el pregón. Gracias por eso
y por más cosas que nosotros sabemos.
Gracias a la Junta de Gobierno de Nuestro Padre Jesús por
acompañarme.
Gracias a todos los que habéis podido venir y también a los que no,
pero os hubiera gustado, por compartir este momento conmigo.
Gracias a ti, papá, por ver siempre el vaso medio lleno, por no perder
nunca el humor ni tampoco la frialdad en los momentos tensos, gracias por
ser un superviviente nato.
Gracias a ti, mamá, por estar siempre atenta a todo, siempre pendiente
de nosotros, hasta el punto de olvidarte de ti misma. Por ser capaz de
adivinar el futuro y acertar siempre.
Gracias a los dos, por todo lo que me habéis dado.
Este pregón es como un pequeño puzle, en el que las piezas sois
vosotros. Todos los que me queréis, todos los que estáis conmigo aunque
no os haya nombrado a todos sé que os dais por aludidos. Yo solo he
juntado los pedazos, de lo que tenía gracias a vosotros.
Pero, sin lugar a dudas una de las piezas más importantes eres tú. Quien
mejor me conoce, quien siempre sabe lo que tiene que decirme para que
recupere la sonrisa, quien desde que nos vimos por primera vez supo
perfectamente cogerme la medía y hace conmigo lo quiere, quien va a estar
a mi lado siempre.
Va pa ti calabazo.
Apagad las luces, que s lo queden unas velas encendidas…
Sh…Silencio, vuelvo a pediros silencio. Pues Cristo duerme en la
noche del Sábado Santo…Todo ha acabado, el sufrimiento, la agonía, la
angustia…todo…y…ahora…duermes.
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No quiero hablar alto para no despertarte, tienes que descansar… qué
ingenuos aquellos que todavía creen que has muerto, cuando, sólo estás
durmiendo, descansando, preparándote para una nueva vida…
Soledad, Soledad que ve cómo su hijo, después de todos los tormentos,
después de todo lo que han sufrido juntos, ahora duerme. Aunque parezca
que la vida del fruto de su vientre se le va de las manos, realmente lo va
sintiendo cada vez más cerca.
Duerme, duerme, duerme y sue a…Sue a, sue a con resucitar a un
pueblo que, poco a poco, entre todos, estamos abandonando. Sueña con
nuevas generaciones cofrades que hagan cada vez más grande nuestra
Semana Santa.
Sueña con unas hermandades que permanezcan unidas, que se ayuden
entre ellas en todo.
Mientras tanto, la Virgen de la Soledad mirará orgullosa cómo el
cortejo fúnebre es cada año más numeroso, más solemne. Mirará como
todos le dan su apoyo, cómo las camareras de mantilla le ofrecen su
hombro para que pueda descargar sus lágrimas. Mirará como un pueblo,
mirada a mirada comienza a comprender que todo ha sido un sueño y que
el mayor de los milagros llegará al despertar.
Y todos juntos soñarán con nuevas levantás, con sallas de ensueño,
fruto del trabajo soñado de unos cofrades, con el sueño de seguir
cumpliendo primaveras. Soñarán con pasear por la Constantina del cielo,
donde se esconden los sueños más bonitos, soñarán con volver a verlos,
con un encuentro entre las nubes.
Soñarán con un lugar donde los cristianos no tendrán miedo, donde
cumplirán el sueño de poder gritarlo a voces. Soñarán con el sueño de amor
que fue con el que empez este sue o ‘amaos los unos a los otros, como el
os am ’
Soñarán con la vida, con la resurrección que pronto se les regalará.
Y así seguirán soñando con sueños eternos, pues no está muerto, sino
que sueña, sueña junto a su madre Soledad seguir soñando cuaresmas desde
el cielo, para desde allí bajar cada primavera y seguir soñando nuevos
sue os…
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Lunes de Gloria, vuelvo a casa. Esa casa que todo Constantinero lleva
en su corazón, la casa de la Sierra, la casa de mi madre, la Casa del
Robledo…
Es allí donde aprendí a rezar, a cantarte, a estar en silencio en misa, a
escuchar como tú me hablas en lo más profundo de mi corazón, a quererte,
a confiarte mis problemas y mis preocupaciones… Donde te miré por
primera vez y supe, por ese escalofrío que me turba cada vez que lo hago,
que te iba a querer por siempre.
Eres y serás siempre el consuelo de mis tormentos, la jardinera que
desde tu ermita siembras tu pueblo de flores, de ilusión, de amor, de
Esperanza…
Nunca entendí un año sin Viernes Santo, ni tampoco sin el Robledo, no
lo puedo evitar, me es imposible elegir… Igual de importante y especial es
vestirme de nazareno es sentir el Robledo, dos maneras diferentes de rozar
el cielo con la punta de los dedos.
A pesar de todo, durante un tiempo me sentía una extraña en mi casa
del Robledo. Te sentía lejana, Madre, estabas tan dentro de mi corazón que
no recordaba tenerte… Por suerte, todo volvi pronto a la normalidad,
cuando en el Bautizo de María me llamaste por… primera? Sí, digamos
que oficialmente era la primera que vez que me hablaste para que hiciera
algo por ti. Querías que tocara la guitarra en tu coro de ángeles, que fuera
una más en el grupo de privilegiados que tienen la suerte de emocionarse
mientras te rezan alzando sus voces. Las dos sabemos que llevaba años
soñando con ese momento, pero, ¿sería capaz de hacerlo? Eran muchas
emociones las que controlar, pero me armé de valor y como siempre
respaldada por mis padres dije que sí.
Gracias a todos, por acogerme, por enseñarme, por abrirme de nuevo la
casa del Robledo y por entender siempre los motivos por los que en algún
momento alguna lágrima traicionera irrumpe por mis mejillas haciendo que
alguna nota se escape en la guitarra… Gracias por hacer mi sue o
realidad…
Pero eso era solo el principio de tu plan, ¿verdad? Pues lo que tú
verdaderamente querías llegó en mayo del año pasado, cuando mi ángel de
la guarda bajó su mano por la ventana que hay en el Robledo y que lleva al
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cielo para ponerme la medalla. Tú lo quisiste así y como te dije en Romería
cuando volvíamos a la casa de la Sierra: ‘Por ti, para ti, porque tu quieres,
Madre, estaré allí donde me mandes’.
Me gustaría mandarle un abrazo muy especial a todos los que me
habéis acompa ado este a o… Me habéis ense ado qué es una
HERMANDAD con mayúsculas, me habéis incluido en vuestra familia y
ya os lo dije un día, siento que tengo casi 20 madres que saben cómo estoy
y que rezan a la Virgen cuando saben que me hace falta cualquier apoyo…
Gracias a todos, por dejarme emocionarme solo por estar cerca de mi
Madre para ponerle un simple alfiler o por intentar enseñarme como se
pone el verde en el paso… Gracias por vuestras sonrisas, vuestro cari o y
por vuestra amistad…
Me encantaría ser capaz de leer esto controlando mis emociones y sé
que si lo consigo, tú vas a ser la única culpable. Aún sigo hablando de ti en
presente, para mí nunca te fuiste, sigues siempre conmigo. Son tantas cosas
las que tengo que decirte que espero que no se me olvide nada.
Dicen que en la forma de ser de cada uno queda determinado por
muchos factores, no es solo genética, ni familia, ni circunstancias… Ay!
Las circunstancias… toda persona que pasa por tu vida, que se encuentra
alguna vez contigo puede ser clave para explicar algo de ti… Pero, unos
más que otros… y si a la genética le a adimos todos los momentos que he
vivido contigo, todo lo que me has enseñado desde que nací hasta ahora,
todas las personas que conozco que, de alguna manera tienen que ver
contigo… no puedo evitar verte cada vez que me miro al espejo…
Bien, empecemos con algo sencillo:
‘Cuatro esquinitas tiene mi
cama…’
‘Ángel de la guarda…’
o,
¿Ángel de la guarda? ¿Fue casualidad
que me la enseñaras tú?
Quiero contar algo que explique nuestra relación, nuestro cariño, pero
tendría que contar miles cosas, ¿verdad? Creo que todos saben que estoy
hablando contigo, abuela, que no hace falta que lo diga pero si así te quedas
más tranquila…
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No ha sido el azar el que ha hecho que elija, una marcha tan popular,
tan típica ‘
Pasan los campanilleros’
y si no que se lo pregunten a Carlos
Cano, que con su copla fue quien consiguió que me la aprendiera. Todavía
cuando la escucho sigo diciendo ‘
Esperanza que ríes su penas, morena,
Niña de gracia llena y reina de la madrugá…’
Te encantaba…
Como dice José Luis,
Un nudo en la garganta
… uno solo?
Eres mi maestra, la que me mostró la fe, la que me introdujo en el
camino de su mano y que poco a poco fue viendo como avanzaba
despacito, paso a paso hasta ir madurando y consolidando lo que tú ya
habías sembrado.
Te diría que te echo de menos. Claro que te echo de menos, pero poco,
aunque pueda resultar sorprendente. Realmente, me siento egoísta desde
que tengo 11 años cada vez que lo hago...
¿En serio, me preguntas por qué? No creo que sea porque no lo sabes.
Tú me enseñaste, me enseñaste que estabas conmigo siempre, me lo
demostrarte antes y lo sigues haciendo ahora. Estás con todo aquel que te
quiere, a su lado, para lo que necesite y seguro que eres la más feliz del
mundo por tener esa oportunidad.
Te diste a todos, sonriendo siempre, que conste que cada vez sonrío
más, otro motivo más para pensar que sigues estando cerca. Creo que ha
nadie he escuchado decir que le hicieras daño, al contrario, siempre
piropos. Si eras así, ¿cómo iba a estar triste recordándote?
Una vez más escuchamos un pregón juntas, la última vez fue el de
Joaquín Romero, pero con siete años, difícil recordar algo. La diferencia es
que esta vez yo no estoy sentada.
Abuela, madre, camarera eterna y nuestra gran maestra. Seguro que
estás orgullosa de nosotros, porque en cada mano tiene 5 dedos y todos te
duelen lo mismo da igual que sea por tus hijos o por tus seis nietos.
Hay tantas cosas que podría seguir contando de ti, que no se cuál elegir.
Es muy difícil explicar lo que sentía cuando me mirabas llena de orgullo
vestida de nazareno, leyendo en la Iglesia o, acompañándote de tu mano y
preguntándote todo lo que se me venía a la cabeza, la misma mirada que
puedo sentir ahora. Podría recordar cómo nos gustaba salir a pasear las tres,
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mi madre, tú y yo… cuántas veces te has acordado de mi padre oyendo las
bromas de mi hermano, aunque quizás tú también te acordabas de mi
abuelo Rafael. También, gracias a ti y a todos los que le querían puedo
conocerlo, sentirlo cerca a pesar de haberlo visto solo en fotos. Podría
seguir así días, meses, o años, pero no podemos quedarnos aquí tanto
tiempo…
Seguiré pensando en ti cada vez que toco la guitarra en el coro, cada
vez que voy a un besamanos… Bueno, cada vez que voy a misa, cada vez
que vea a la Virgen del Robledo o a la Esperanza, cada vez que la medalla
que me pusiste cuelgue sobre mi cuello, cada vez que mire al balcón del
cielo…
A ese balcón miro ahora, donde están los cofrades de la Constantina
eterna. Donde están todos nuestros maestros, todos los que han labrado el
camino para que hoy seamos lo que somos, para que nuestra Semana Santa
sea mágica. Por ellos, que toque el llamador, que esta levantá les llegue
hasta allí arriba, que les llegue a ellos, que esta levantá llegue al cielo…
¡
A esta é!
Asumpta Ruiz Aranda
Constantina, 26 de marzo de 2010
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